Este texto se puede encontrar en original en el siguiente LINK y ha sido traducido por Eduard Fernández para el Blog del Foro. 

La música y la voz

Maxime es un amante de la música, de la música clásica, de  la religiosa y de la música popular francesa. Este interés proviene de su padre, profesor de piano. A veces lo escuchamos cantar en su habitación donde pasa mucho tiempo acompañado de su radio, sus pósters, sus discos y también de su voz que le acompaña permanentemente. Una voz que le injuria y con la cual él se pelea y le grita. Sin ninguna duda la música está para él directamente relacionada con la voz, en tanto que ella le permite dar un marco a  la voz, le da un soporte y también la recubre. Conoce muchas obras de compositores las cuales tararea y nos pide nuestra opinión. Sin embargo, su comentario es siempre el mismo: “Es bueno, ¿eh?” También conoce las letras de canciones de la época de sus padres como Gainsbourg, Polnareff, Claude François, Jacques Brel… Algunas de estas  canciones le hacen reír pero otras “están inspiradas por el diablo”. Éstas son las que hablan de mujeres y de alcohol. Y,  después, también está la música de la Iglesia donde las canciones de Jean-Claude Giannada, que acompañan sus plegarias, exaltan su sentimiento religioso.

Los grandes Hombres no han tenido la vida fácil

Así pues, hay la música que él encuentra incansablemente “bella” y las palabras que a veces vienen a confrontarse con esta belleza. Se divierte entonces deformándolas en juegos de palabras y en imágenes donde el sentido, que cada vez es más ridículo, acaba por diluirse. Sin embargo, aquello que interesa a Maxime concierne también a los hombres en cuanto autores: ¿cómo vivieron y, sobretodo, a qué edad y de qué manera murieron? Para él, que le encantaría componer y para quien después de años de solfeo y de piano puede tocar de memoria La carta a Elisa, esos hombres son también figuras de identificación. Quedan, a pesar de su recorrido, las costumbres a veces dudosas de “grandes hombres”. Gainsbourg era alcohólico y se drogaba. Mozart era franco-masón. A Claude François, el dinero se le subió a la cabeza y era un depresivo. Mike Brant era infeliz y bebía también… Y sin embargo él dice al respecto: “En todo caso, era alguien eh?“ Puesto que él se considera alguien gravemente enfermo, hay un cierto alivio al evocar las agonías hechas públicas de estos hombres: “Para ellos la vida tampoco fue fácil”. En efecto, Maxime habla muchas veces de suicidarse, de acabar con los males del cuerpo, los vértigos, la tentación de las mujeres en las revistas, el tiempo que pasa demasiado deprisa, cada vez más deprisa y también los otros que no entienden nada, el sentimiento de abandono.

Hablemos un poco

Cada lunes al mediodía, desde hace algunos meses, entre las dos y las cuatro, paso un momento con Maxime. De manera casi invariable, él viene a saludarme a mi llegada, declara que hoy no quiere hacer nada, “ninguna actividad”, que no se encuentra bien, y después sube de nuevo a su habitación. Yo no insisto de inmediato pero un poco más tarde golpeo a su puerta para indicarle que estoy en el despacho, dispuesta “a hablar si él lo desea”. Desciende entonces para hablar un poco de aquello que no marcha bien desde la mañana, todavía los “jodidos mareos”, los malditos vértigos, o bien me habla de su fin de semana, por ejemplo de su padre que ha rechazado verlo una vez más, o es el tiempo que pasa y la evocación de varios recuerdos, siempre con esa terrible precisión de las fechas. Y cada vez, para acabar, me pregunta: “¿Hacemos una búsqueda?” Vamos entonces al ordenador para leer la biografía de Haydn, de Beethoven o de Michel Fugain…  Y si bien Maxime tiene la tendencia a pasar directamente de la fecha y el lugar de nacimiento a la edad y la causa de la muerte, todo mi esfuerzo reside en interesarme contrariamente en aquello que pasa entre estos dos momentos para introducir un poco de distancia y ciertos anudamientos ahí donde sus opiniones son categóricas. Introducir, en este sentido, un poco de relieve y de líneas torcidas ahí donde la línea es para él funestamente recta.