Sobre la situación de la atención a los sujetos llamados autistas, en Colombia.
Es en el marco de las Instituciones Educativas colombianas donde se ha evidenciado la numerosa presencia de niños y jóvenes con autismo, lo que ciertamente ha conducido a una verdadera crisis en la educación, testimoniada principalmente por los maestros que dan cuenta del exceso en su tarea y de la errancia en su acción. Esta crisis se ha visto redoblada por la exigencia de la ley de Educación Inclusiva promulgada por el Estado hace un tiempo (ley que proclama el Derecho de todo niño a estar en el sistema regular de educación). De otra parte, es en este ámbito donde se ven concentradas las diversas acciones relativas a la problemática en términos de la indagación por las condiciones particulares que favorezcan una inclusión escolar y también se ha constituido en la plataforma desde la cual se formulan diversas aunque confusas demandas: a los pediatras, a los neurólogos, a los psicólogos, a los terapeutas; y sí, también a los psicoanalistas (Hace algunos meses se produjo un hecho sin precedentes en nuestro país: La Corte Constitucional de Colombia invitó a ocho psicoanalistas de la AMP a responder un cuestionario para conocer su opinión respecto a la conveniencia de la inclusión educativa -Ver en página de FAPOL: Observatorio sobre Políticas de Autismo). Trabajar con los maestros escolares a propósito de sus inquietudes y de los alcances de su labor pedagógica, ha sido decisivo. Varios de ellos han encontrado en el psicoanálisis un modo de razonar su experiencia tanto en lo personal como en lo educativo.
Es en la crisis donde el psicoanalista encuentra su lugar y ésta no ha sido la excepción. El intervalo que cubre el tiempo escolar, para muchos autistas y sus familias, se ha convertido en el espacio necesario para las conquistas subjetivas (no sin sobresaltos, no sin sorpresas, no sin exigencias), entendidas frecuentemente como un resultado educativo. El límite en la mayoría de casos es la culminación, si se da, de la escolaridad básica, es la finalización del periodo entendido como productivo.
Sin embargo, a pesar de todo pronóstico, algunos logran ir más allá y cruzar esta frontera estática y espúrea. Llegan a la Universidad a estudiar una carrera profesional. Es en este ámbito donde se encarna actualmente (paralelamente a la escuela) la inquietud y la demanda de saber cómo acoger a las personas autistas, cómo poner a su servicio el saber –estandarizado- del Otro: asistimos al desplazamiento de la crisis de la escuela a la universidad. Y es sobre este escenario de educación universitaria donde confluyen, para cualquiera, también para los autistas, las preguntas por el ser de maneras más acuciantes: la sexualidad, la relación con los otros, la inserción laboral, etc. Hacernos cargo de la crisis a nivel del sujeto es a lo que estamos llamados, pero esto implica también, poder hacer de la impotencia del Otro de la educación, una vía posible para toparse con lo imposible y desde allí fundar el límite, no de la edad, sino de la estructura, y tomar el vigor necesario para acompañar a aquel que nos lleva la delantera en lo que a lo real imposible se refiere. Nicolás, un joven de 25 años, me lo expresa así: “estudiar una carrera como las matemáticas es solo continuar con mi forma de pensar, es fácil una maestría, un doctorado; pero, entender a los otros, sus reacciones, y actuar asertivamente en grupo sin perturbar, eso es lo que no he podido aprender”.
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