El título de la viñeta que presento en estas líneas surge del encuentro con un adolescente autista que cursaba el último año en una Escuela de educación especial. La Educación Secundaria Obligatoria finaliza en el Estado español a los 16 años, momento en que los sujetos autistas y psicóticos que han podido servirse de centros especiales o recursos adaptados, se ven confrontados a la necesidad de ubicarse en otras instituciones.

En el anterior Foro, realizado en 2015 bajo el título ¿Insumisos de la educación?, se planteaba que la atención del autismo en la adolescencia y en la edad adulta no prescinde del ideal normalizador con el que se aplica la reeducación. Al contrario, la resistencia del sujeto adulto a la educación acostumbra a tratarse con más educación[1]. Las perspectivas para que un sujeto resistente a la educación halle un lugar en el que poder elaborar su síntoma y encontrar un modo singular de estar en el mundo, donde se respete su condición autista por fuera del empuje a la domesticación de sus manías o conductas, no son pues halagüeñas.

Conocí a Axel el curso pasado, al participar en un grupo de palabra con adolescentes autistas y psicóticos. Más bien hablador, durante los 45 minutos que duraba el grupo repetía diversas veces, con la misma tonalidad, el nombre de un lugar que había visitado y el transporte en el que se llegaba. Se trataba de una repetición que se efectuaba a lo largo del día, según explicaban las educadoras. Podemos pensarla a partir de las investigaciones de Eric Laurent sobre el autismo, como la repetición de un mismo significante Uno, de un S1, radicalmente separado de otro significante, que por lo tanto no remite a ningún S2[2]. En esa repetición podía leerse que era un gran conocedor de las líneas de transporte público de su ciudad, algo que podía interpretarse como una obsesión o como un centro de interés. Apostando por esto último, durante una de las sesiones grupales se produjo un breve encuentro: cuando repite, mirando hacia la pared, la línea de transporte que lleva al lugar determinado, pregunto en voz muy suave, mirando hacia el suelo, sin dirigirme a nadie en particular para evitar que se sienta invadido por mi intervención, dónde se coge esa línea. Responde entonces el lugar preciso. Durante un rato dialogamos, mientras me va mirando de soslayo y yo voy preguntando sobre el transporte, algo distraída, manteniendo un tono de voz bajo. Al acabar el grupo la maestra comenta que le ha sorprendido escucharlo conversar, y que quizás valdría la pena seguir a veces el hilo de lo que dice en lugar de ignorarlo.

No se volvió a producir ese intercambio. Sin embargo otro día, mientras me dirigía a la salida de la escuela, lo veo junto a otro chico y un monitor. Me mira nuevamente de soslayo, y también de soslayo, respetando su modo de mirar, saludo a cada uno, en voz baja, con un adiós Marcos, adiós Christian, adiós Axel. Una vez en la parada del transporte, desde donde se divisa a lo lejos la escuela, escucho su voz en un grito ¡Adiós Soleeeeeeeee! Le respondo con otro grito ¡Adiós Axeeeeeeeel! De inmediato se escucha al monitor: ¡Axel, no hace falta gritar!

[1]https://elp.org.es/wp-content/uploads/2015/06/INSUMISOS-DE-LA-EDUCACION_Texto-Presentacion-Foro.pdf

[2] Laurent, E. (2013). La batalla del autismo. Buenos Aires. Grama. Página 106.