Viernes, patio del medio día, alumnos de primaria. Estamos todos un poco aburridos, cansados… María con un palo haciendo caer almendras del árbol, Juan todo desaliñado de un lado a otro intentando cogerle el palo a María, Antonio rozándose sobre la mesa, tomado por la excitación… los dos responsables del patio vamos “apagando fuegos” aquí y allí…
– “¡Maria, que nos haremos daño!”, “Juan no tires juguetes a la calle”, “Antonio, estaría bien encontrar alguna otra cosa para hacer” …
Preocupada sobre todo por Antonio, voy a la clase a buscar algo que le pueda entretener, la caja de los muñecos, los cuentos… Cojo lo primero que encuentro porque no tengo mucho tIempo: la caja de los muñecos y dos cuentos.
Llego al patio y pongo los cuentos y la caja sobre la mesa donde está Antonio, para ver si lo puedo ayudar a desencallarse un poco. María en seguida se da cuenta de lo que he traído, coje la caja de los muñecos, la vuelca, tirando todos los muñecos sobre la mesa y la llena con las almendras que ha hecho caer del arbol. Antonio se queja un poco, no le gusta demasiado lo que acaba de hacer María, pero rapidamente coge los cuentos, se los mira con atención, señala la contraportada de uno de ellos donde hay el índice de la colección y dice, con contundencia: “la caperucita roja”.
Le digo que ya se que le gusta mucho la caperucita roja pero que con las prisas no lo he visto. Ahora no podrá ser el de la caperucita roja
“Si te parece podemos mirar uno de estos -le digo- seguro que encontramos alguno que te pueda gustar”. Los coge y se va a sentar al banco solo. Me pongo a su lado, parece que muestra interés por “El patito feo”… le acerco el cuento de “La bella y la bestia”… se lo mira y lo deja en el banco. Empieza a abrir “El patito feo”, señalando el texto raya por raya y, al mismo tiempo, va leyendo a su manera, mirando el texto y el dibujo alternativamente.
Cuando acaba me dice “aquí sí, aquí sí” indicándome que yo le lea el cuento. “Uff –le digo- es muy largo”. “Aquí sí patito feo” dice él, y… empiezo a leer.
“Erase una vez…” rápidamente, María, que está en todo, se acerca y se sienta con nosotros en el banco, Juan también se acerca para que le hagamos un arrumaco y se queda con nosotros. Yo sigo leyendo página trás página.
Sin duda una escena cálida y tierna, un momento mágico, un instante que duró 15 o 20 minutos,… los tres niños sentados en el banco, a mi lado, escuchando el cuento relajados y tranquilos.
Nadie podía imaginarlo tan sólo un momento antes.