Los analistas lacanianos hablamos a menudo de lo real y lo simbólico, de la cosa y de la palabra. Decimos que los seres hablantes no podemos entender el mundo si no es a través de la palabra, del lenguaje. Decimos que uno no tiene acceso a lo real, que “la palabra mata la cosa”. En cambio, muchos sujetos autistas viven casi por fuera del campo de la palabra, están sumergidos en lo real, en un mundo a penas tratado por el lenguage. Todo esto puede parecer demasiado abstracto o denso. Encontré unos pasajes de La náusea, de Sartre, que pueden aproximarnos a lo que implica “vivir en lo real” y nos permiten imaginar un mundo sin palabra.

El protagonista explica una experiencia en la que acaba de entrever las cosas más allá del velo de las palabras:

La raíz del castaño se hundía en la tierra, justo debajo de mi banco. Yo ya no recordaba que era una raíz. Las palabras se habían desvanecido, y con ellas la significación de las cosas, sus modos de empleo, las débiles marcas que los hombres han trazado en su superficie. Estaba sentado, un poco encorvado, baja la cabeza, solo frente a aquella masa negra y nudosa, enteramente bruta y que me daba miedo.  

La raíz, las verjas del jardín, el césped ralo, todo se había desvanecido; la diversidad de las cosas, su individualidad sólo eran una apariencia, un barniz. Ese barniz se había fundido, quedaban masas monstruosas y blandas, en desorden, desnudas, con una desnudez espantosa y obscena. (…) Todos esos objetos, ¿cómo decirlo? me incomodaban; yo hubiera deseado que existieran con menos fuerza. (…) Pero la existencia es una sumisión.

Cuando la palabra no “mata la cosa”, cuando el lenguaje no llega a nombrar y ordenar el mundo, cuando se borran las distinciones y las relaciones lógicas, las cosas se vuelven demasiado presentes, demasiado poderosas, y uno ya no puede separarse de ellas, no tiene ninguna protección frente a la fuerza con la cual se le imponen. Lo angustian, lo someten.

Apoyo la mano en el asiento pero la retiro precipitadamente: eso existe. Esta cosa en la cual estoy sentado, en la cual apoyaba mi mano se llama banqueta. (…) Murmuro: es una banqueta, un poco a manera de exorcismo. Pero la palabra permanece en mis labios; se niega a posarse en la cosa. La cosa sigue como es. (…) Las cosas se han desembarazado de sus nombres. Están ahí, grotescas, obstinadas, gigantes, y parece imbécil llamarlas banquetas o decir cualquier cosa de ellas; estoy en medio de las Cosas, las innominables. Solo, sin palabras, sin defensa, las Cosas me rodean, debajo de mí, detrás de mí, sobre mí.

Lacan decía: “La palabra es la muerte de la cosa. Es decir: con el símbolo queda anulado lo indefinido de algo real…” Y bien, si los sujetos cuya experiencia está organizada por el lenguaje a menudo se quejan de no poder sentir lo vivo y lo “verdadero” de este real que se les escapa y se esconde detrás de la palabra, para un sujeto que no ha incorporado el lenguaje, lo real puede ser demasiado “vivo”. Acaso ¿no es por eso que el sujeto autista está tan capturado por ciertos aspectos del mundo que lo rodea? Y ¿no será la repetición de las mismas acciones un intento de dominar este mundo no dominado por la palabra?