Apertura del Foro Internacional Autismo, “Después de la infancia. Autismo y política” (Barcelona, 7-abril-2018)

 

“Son las 10 en punto. Debemos empezar, ya que tenemos un programa cargado. Seré breve, creo que este Foro demuestra ya que somos numerosos en asumir la responsabilidad que es hoy la de cada uno.”

Así empezaba Judith Miller su conferencia de apertura del Foro del año 2010, “Lo que la evaluación silencia”, en Barcelona. Y seguía diciendo:

“Estamos en el siglo XXI en un mundo en el que apostamos que es posible escapar a la barbarie con la que el régimen de la evaluación nos amenaza. Este régimen promueve una misma felicidad para todos. La máquina social marchará bien si los granos de arena que pueden hacerla chirriar son eliminados. Sale así a relucir el espejismo de una sociedad en la que todos nadan en el aceite de la misma felicidad, la del productor, el consumidor.”[1]

Un poco más adelante, Judith Miller criticaba los “métodos que desconocen la elección paradójica de los sujetos autistas” y que tratan de imponerse a ellos “por las buenas o por las malas”, en vez de procurar “que el sujeto autista se inscriba en un vínculo tolerable para él y para los otros”.

Del título de la excelente iniciativa que es este Foro Internacional, que agradezco de entrada a sus directores, Neus Carbonell e Iván Ruiz, “Después de la infancia”, quiero destacar la palabra “después”, que me parece esencial. En ella podemos aislar dos aspectos, que son el que se refiere a la temporalidad y otro, fundamental, que es el de la consecuencia. La consecuencia, a su vez, tiene que ver con lo que viene después, pero también con la relación entre causa y efectos…. pero, más fundamentalmente aún, con la dimensión ética, con el hacerse cargo de lo que viene después… venga lo que venga.

En efecto. Hay diagnósticos. Siempre los ha habido, los habrá. Siempre son los “mejores”, los “más actuales”, “state of the art”. Bien, sea. Ponemos un diagnóstico. Ejercemos ese extraño triunfo de la razón pura (mezclado secretamente con una peculiar satisfacción) que es clasificar, algo que, como mostraba el epistemólogo Ian Hacking, siempre se inspira en la clasificación de las plantas de Linneo. Hay algo de un goce particular en ese decir: “El (o ella) es eso”, o “tú eres eso”.

Pero luego… ¿y entonces? So what?

Bueno, se nos dirá… “el tratamiento”. Bien… sí, adelante. Pero ¿funciona, no funciona? Y en todo caso, el niño, el joven, el adulto, ¿lo acepta? ¿Lo rechaza? Y, de todos modos, ¿quién es él o ella, aparte de eso, cómo vive eso que suponemos que es y lo que de él pretendemos hacer?

¿Y si para él se trata de otra cosa? Finalmente, esto es siempre lo que acaba importando, lo decisivo. Sobre todo, después, cuando ya no es un niño y sale de los focos de cierta dimensión mediática, cuando deja de ser ese objeto, el niño, que satisface en nosotros ilusiones, expectativas, un después siempre demasiado imaginado a nuestro antojo, pero que no es real… Sea lo que sea lo que venga, nunca será lo que imaginamos, y debemos hacernos cargo, no de lo que esperábamos, sino de lo que es, de lo que existe.

Esto es lo que hay que afrontar desde una ética de las consecuencias. Lo decisivo va a ser siempre algo incalculable, lo que no entra en el diagnóstico, lo que el diagnóstico no explica, lo que el tratamiento no consigue o lo que no entra en un protocolo… esto es lo que acaba siendo más decisivo en la vida de una persona, que una concatenación de “despueses” –si se me permite decirlo así– en la que se mezcla lo determinado por ciertas condiciones con lo inesperado, lo incalculable.

Eso, lo más real, lo que no entra, es lo que debemos asumir y es precisamente aquello de lo que el psicoanálisis se ocupa. Hoy veremos cómo cada uno lo hace desde su lugar, o debe hacerlo. El sujeto mismo, “el autista”, su familia, el psicoanalista, pero también le corresponde hacerlo a la sociedad, pues todos compartimos con ellos una responsabilidad por nuestra humanidad común. No están solos, o no deberían estarlo, porque estamos todos implicados, lo sepamos o no.

Estamos aquí por una feliz concatenación de consecuencias.

Hace muchos años, en una institución para niños solos, huérfanos, abandonados, fundada por un mecenas, Parent-de-Rosan, estaba la joven Rosine Lefort. Alguien había dejado allí a unos niños, “huérfanos, traumatizados y abandonados […] con patologías mal diferenciadas que la guerra había dejado a su paso”[2]. ¿Y después? Rosine supo acogerlos, no sustituyendo a la madre que no tenían, sino instaurando en ese lugar un partenaire distinto, caracterizado por un deseo distinto, como psicoanalista dispuesta a no retroceder ante lo más real de aquellos niños. Para ellos, ella fue Madame… o Rosine… o cualquiera que fuese el nombre, alguien ahí (por tomar una parte del título del libro de Donna Williams[3]), un alguien ahí con todas las consecuencias.

¿Y luego? Rosine extrajo de sus encuentros perlas que llevó al seminario del que entonces era su psicoanalista, Jacques Lacan, que las acogió como maravillas, como observaciones que le enseñaban a él, al gran Jacques Lacan, que planteaban problemas muy difíciles para el diagnóstico –algo que dicho por él no es poca cosa.

De todo este trabajo, Rosine Lefort, con su compañero Robert Lefort, emprendieron la tarea de situar, de precisar, lo que llamaron la “especificidad del autismo”, yendo incluso en contra de lo que era el sentido común de la época en el psicoanálisis. Pero situar esta especificidad no les impedía en absoluto plantear los límites de esta misma categoría, que además usaron siempre para mostrar, para acentuar, las enormes diferencias en los recorridos individuales, la singularidad que, más allá del diagnóstico, era lo más decisivo… y en todo caso, siempre, lo más real.

Hay otro después afortunado, que es la creación de un cartel en el que participaron Rosine y Robert Lefort, Judith Miller –que por desgracia nos dejó– Jacques-Alain Miller y también Éric Laurent, hoy aquí con nosotros, que se constituyó como un equipo de investigación al que debemos muchos de los avances, de las precisiones, que son la causa de que hoy estemos aquí.

Y, sobre todo, esta concatenación de encuentros es causa de que se hayan creado en muchos lugares en el mundo que están ahí, donde hay siempre alguien ahí, uno por uno. Este alguien designa tanto a los niños, los jóvenes o adultos, como a las personas que de ellos se ocupan, que saben que “tratarlos” es acoger una forma de vida y poner ahí algo de su propia vida, además de un saber siempre tan difícil de transmitir. Un saber que cada uno saca de su propio recorrido como analizante, también singular, aunque orientado por esta feliz cadena de descubrimientos e investigaciones que parten del encuentro entre Rosine y aquellos niños huérfanos, y luego el encuentro de Rosine con Lacan.

Muchos de los colegas que se inscriben en esta feliz concatenación de consecuencias están hoy aquí con nosotros, se lo agradecemos y les damos la bienvenida. También están aquí muchos otros que se sienten concernidos por lo que está en juego, entre ellos familias de personas con autismo, así como algunas personas que han soportado de algún modo en sí mismas el peso de esa categoría clínica, más allá de la razón pura, y que han podido hacer algo con eso y, sobre todo, más allá de eso.

Quiero terminar agradeciendo, además de a los directores, Neus Carbonell e Iván Ruiz, a toda la comisión de organización (Lucía D’Angelo, Jorge Sosa, Marta Maside, Soledad Bertrán, Eduard Fernández, Erick González, Marta Gutiérrez, Regina Menéndez), porque todos ellos son personas que, cada uno en su experiencia particular, son de las que están ahí, después, con los niños o los jóvenes y sus familias, cuando todos los demás se han ido.

 

Notas 

[1] Judith Miller, “Conferencia de apertura: Lo que la evaluación silencia”, Freudiana, nº 82 (2018), p. 175.

[2] Eric Laurent, La batalla del autismo, Grama.

[3] Donna Williams, Alguien en algún lugar, NED.