IMG_5857Elizabeth Escayola es psicoanalista en Barcelona, miembro de la Escuela lacaniana de psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

 

PREGUNTA: Como directora del foro de 2010, “Lo que la evaluación silencia. Un caso urgente: el autismo”, que organizamos desde la Escuela lacaniana de psicoanálisis, ¿Cuál ha sido el rédito que este foro ha dejado para ti?

 

RESPUESTA: La iniciativa de aquel foro surgió a raíz de una intervención en el Parlament de Catalunya en la que se planteaba que todos los niños autistas tenían que ser tratados de una única manera, con reeducación. Y se había redactado ya un texto que se aprobaría en el Senado. Por un lado eso vulneraba la libre elección de los padres al tratamiento para sus hijos y, en segundo lugar, desde la perspectiva del psicoanálisis lacaniano, en la que yo me ubico, eso parecía más grave para los chicos con autismo y sus familias.

Hay dos cuestiones claras, para mí. Una es que la persona autista aprende, pero siempre y cuando quien esté a su lado lo acompañe un paso por detrás de ella. El autista indica muy bien lo que le interesa y es a partir de eso que le interesa como puede aprender. Y la otra: el semejante es siempre para ellos intrusivo. Y lo que reciben del otro es siempre impositivo, pues no pueden hacerlo suyo. Así, van probando e investigando sobre  lo que les rodea. Tú puedes guiarles pero siempre un paso atrás. Por eso, me gusta especialmente esa frase que Donna Williams escribió: Necesito un guía que me siga.

Algunos de ellos localizan un punto de interés, un objeto principal, podríamos decir, y a partir de este punto de interés pueden realmente investigar el resto del mundo. Si a un niño le interesan las motos, pongamos por caso, con las motos puedes llegar a hablar de geografía; si le interesa la música, con ellas puede ir a las matemáticas, a los diferentes músicos, al lugar donde vivieron, etc. He conocido niños con objetos muy distintos: la luz, los dibujos animados, las motos, los animales, la música, etc. Y como todo está interconectado. A partir de esos objetos, como si fueran una pinza pueden acceder a múltiples conocimientos, siendo ese objeto su principal interés.

Pues bien, en el momento en que nos planteamos organizar el foro del 2010, todo esto estaba puesto en cuestión. Basar el tratamiento en la reeducación es no contemplar el proceso subjetivo de cada niño. Hay que decir que el psicoanálisis lacaniano es en estos momentos el único en aportar una teoría sobre el sujeto. En cualquiera de nosotros hay una parte visible de quiénes somos, nuestras conductas, etc. Pero hay otra que no lo es y que, por tanto, no se puede medir. No se puede medir el amor, no se puede medir la mirada, no se puede medir la rabia. Sí se puede medir cuántas veces te han mirado pero no qué tipo de mirada era.

La práctica de la evaluación había entrado en aquel momento en el campo de la salud mental –ya lo había hecho en las empresas- y le tocaba al colectivo de autistas. Medir las veces que un niño mira o responde a su nombre, o que dice hola o adiós, nos pareció que era tomarlo como una máquina.

En este contexto, organizamos el Foro, impulsados por Judith Miller y promovido por la Escuela lacaniana de psicoanálisis.

PREGUNTA: Una parte importante de tu práctica, la has llevado a cabo en el Centro de día y la Unidad médico-educativa L’Alba, en Barcelona, con niños con autismo y psicosis. ¿Qué te ha aportado esta experiencia?

RESPUESTA: Los autistas me han enseñado mucho durante los casi veinte años que he trabajado allí. Me acabo de jubilar de mi práctica en la pública aunque continúo de manera privada. Lo más valioso de lo que he aprendido de los autistas es lo que son para ellos las palabras.

La diferencia entre la psicosis y el autismo es que los sujetos autistas tienen una relación al lenguaje diferente, incluso en aquellos que se diagnostican como  Síndrome de Asperger. En el autismo, ellos aprenden mirando, por ejemplo, un dibujo animado y repitiendo una y otra vez la misma secuencia. Algunos profesionales llaman a esto obsesión, otros tic o manía a erradicar. Pero es su modo de acceder a las palabras, como si fueran bloques que no pueden moverse. Para ellos no es posible tomar lo que han escuchado y organizarlo de otra manera para explicarlo. Ellos lo toman exactamente igual o no lo explican. Con lo cual, esta forma de proceder no es una manía sino que es su manera de aprender.

De prender del afuera, tendríamos que decir. Incorporan las palabras como piezas indisolubles de su significado y, poco a poco, acceden a usarlas para distintas cosas aunque no sean exactas (a distintas mesas por ejemplo aunque en un principio hayan sólo prendido que la palabra mesa nombra una única mesa con una única forma y color). Y para poderlos entender e iniciar una conversación con ellos es fundamental conocer de qué mundo particular toman ellos las palabras. Y qué objeto de nuestro mundo les es relevante.

Conocí a un niño que me decía mañana es mi cumpleaños y vendrá un mago – era el mes de noviembre. Encontré que su cumpleaños era en realidad febrero. No era verdad entonces, pero no podía quedarme con eso y decirle: Esto no es verdad. Me pregunté desde dónde me hablaba. Estaba interesado en aquel momento en la serie de dibujos animados Peppa Pig. Descubrí que, evidentemente, había un cumpleaños y un mago. En vez de decirle que se estaba equivocando y que su cumpleaños era tal día, le pregunté: ¿Querrías que a tu fiesta de cumpleaños viniera un mago? – me respondió muy decidido. Ese era una palabra dirigida a mí desde su propia decisión. Ese se salía del contexto de la pura repetición. Ese tipo de enunciados los dicen muy pocas veces. Es un hablar muy íntimo. De ese hablar se protegen mucho pero acceden a ello si se les escucha y se les da la libertad de elegir si quieren hacerlo. Para ellos el hablar por hablar, el hablar social, no les interesa. Así descubrí de dónde venía ese primer enunciado de la fiesta y el mago, me permitió iniciar un diálogo sobre él. Entender esto es entrar en un mundo muy diferente al nuestro. Y, como en todo diálogo, o entiendes desde dónde habla el otro o no puedes responder.

Una vez un niño me dijo: Me cuestan las matemáticas. Yo le pregunté: ¿Y? Y él me dijo: ¿Más quieres que te diga? Esa confesión era absolutamente intima, venía de su subjetividad más auténtica. Por eso mi pregunta le sorprendió. Yo me lo explicaba como si viene una amiga y me dice: Estoy embarazada,  y yo le dijera ¿Y?

Por otro lado hubo un momento, hace 17 años en que se nos ofreció la posibilidad de introducir en el centro del sistema alternativo y aumentativo de lenguaje. Dudé en aceptarlo. Pero lo hicimos. Ahora bien, ese sistema que consta de signos (como los de la comunidad sorda pero con la diferencia que se usan junto con la palabra oral y con la misma estructura del lenguaje oral. Además se usan fotos e iconos. La diferencia de cómo en un principio se nos enseño y cómo lo venimos utilizando radica en algo fundamental. No es un lenguaje que enseñamos sino que ofrecemos. Es decir no partimos de que hoy vamos a enseñar una palabra determinada en función de lo que nos dicen los padres que les gusta o nosotros lo vemos, sea ésta la de una comida o bebida o objeto preferid, y les daremos los refuerzos correspondiente.  No lo hacemos así. Nosotros tenemos en cuenta la subjetividad del niño. En qué momento está, con quien está entonces y qué hace en ese instante. Es así como se le ofrece la palabra signada; de la misma forma que ofrecemos las palabras orales a nuestros pequeños. Hemos comprobado que esas palabras-signo, signos que marcan el cuerpo, las toman con bastante facilidad. Nuestra hipótesis es que esa imagen, ese signo, vela la voz, la voz queda en segundo término: esa voz de la que ellos necesitan protegerse por inasible, por arbitraria por conllevar siempre algo distinto, algo que viene marcado por el tono, el timbre, la intensidad, la modulación: Eso es lo que viene marcado por lo subjetivo de quién habla. Depende no sólo de su timbre sino de su intención en el decir de su estado en aquel momento etc… Esa arbitrariedad propia de lo subjetivo les causa  desconcierto. El rumor de la lengua les espanta, les molesta. Por eso se tapan los oídos.

Hemos visto que los niños toman esos signos y poco a poco, la mayoría suelta la  voz y accede a la palabra oral y ya no usan los signos ni se refieren a los iconos.  Sólo en el caso de alguna regresión vuelven a ellos para abandonarlos de nuevo cuando se recuperan.

Las palabras que usan, más allá de las obligadas por educación (saludos despedidas, pedir) son las que tienen relación directa con sus intereses. A ellos el hablar social no les interesa demasiado. En el caso de los niños, llamados por Maleval verbosos, esos niños que hablan sin parar, como en el caso del niño del cumpleaños con mago, él repetía constantemente diálogos de personajes de películas. Pero hablar desde él sigue el mismo patrón: de lo íntimo: poco. Como todos, de hecho

PREGUNTA: ¿Podrías explicarnos algún otro ejemplo de tu práctica en el Centre L’Alba?

RESPUESTA: Recuerdo bien un niño que asistía al centro. Su interés estaba centrado en los animales. Su acceso al lenguaje fue repitiendo el sonido de los animales. Después pasó a nombrarlos por su nombre. Y a continuación todas las categorías que utilizaba para construirse una idea del mundo partían de ellos y con ellos hacia construcciones, pequeños mundos (zoos) donde representaba distintas cosas y los usaba como regalos a los otros, a veces invadía todos los espacios de su casa y fue a partir de limitarle los lugares que aprehendió algo relativo a los límites también. Vino un día a mí y me dijo suricata. Es una palabra que yo no había escuchado en mi vida pero, en fin, gracias a Google encontré que es un animal que esconde las cosas y al cabo del tiempo las busca. El caso es que en aquellos días él en su proceso subjetivo de aprehender y conformarse una idea de la realidad que lo circunda, estaba descubriendo que las cosas pueden estar escondidas y aunque no se vean se encuentran. Días después, este mismo niño tuvo una crisis de angustia en el centro. Decirle tranquilo, no pasa nada, tranquilo, no lo tranquilizaba. Se me ocurrió decirle algunos nombre de animales que, sabía habían sido sus primeras palabras: gallina, oveja, caballo,.. Se calmó. ¿Por qué? Porque esas son las primeras herramientas simbólicas (palabras)  que tomó, relativas a lo que le interesó de nuestro mundo  y que le sirvieron para empezar a categorizar lo que estaba a su alrededor.

PREGUNTA: El pasado 21 de octubre participaste en el debate posterior a una representación de Las troyanas, en la versión de Sartre, en el Teatre Akademia, de Barcelona.  Fue una actividad organizada conjuntamente entre las Jornadas Crisis (http://crisis.jornadaselp.com/) y el Foro sobre autismo ¿Insumisos de la educación? (http://autismos.elp.org.es), ambos organizados por la Escuela lacaniana de psicoanálisis. ¿Qué vínculo estableces entre la palabra crisis y el autismo?

RESPUESTA: El autista muestra muy bien que hay condiciones para aprender, para prender lo que el otro le dice, hacerlo suyo y usarlo. Una de las principales condiciones es elegir hacerlo, la decisión propia. El forzamiento es contraproducente. Basta para que el otro quiera que sepa que él se retire de esa voluntad del otro porque la vive de una forma muy intrusiva. Nosotros aceptamos aprender aunque no nos interese en absoluto lo que nos enseñan, permitimos alienarnos a esa enseñanza, aunque luego usemos lo que de lo aprendido realmente nos interese. Ellos son más radicales, son insumisos a esa alienación, por tanto si lo que les ofrecemos está alejado de su campo de interés, sencillamente lo rechazan, o en todo caso, si el premio por aprenderlo es alto pueden aprenderlo y usarlo, conseguir ser educados en su hacer cotidiano, en las normas de conducta. El problema es que todo eso no es suficiente porque no nos dice nada de su propia construcción de la realidad, de su proceso en descubrir el mundo. Por eso a veces nos encontramos con niños que tienen muy bien aprendidas unas consignas de educación (saludar, responder, pedir cosas concretas, pero si escuchamos su lenguaje espontáneo nos podemos encontrar con una desorganización interna muy grande. Y es que el lenguaje es una herramienta simbólica que no sirve únicamente para comunicar. Sirve para construir un proceso de aprehender lo que nos rodea, categorizarlo, incluirlo en nuestro interior, marca nuestro cuerpo y da sentido a nuestras experiencias. Esa insumisión a la alienación (a aprender lo que no les interesa nada) es una manera de protegerse del otro, de su voz, de sus palabras con sentidos aleatorios, de protegerse de quedarse como robots de lo que el otro quiere de él. Y es que verdaderamente no pueden tomar el lenguaje como nosotros lo hacemos. Ellos toman las palabras en bloque. Pegadas a un solo significado. Acceder a que la palabra bolígrafo puede referirse a miles de bolígrafos de distinta forma, tamaño, color, con capuchón sin él,  etc.,  es para ellos, en un primer momento, imposible. Solo poco a poco y haciendo una deducción del orden de: Este con capuchón es un bolígrafo, luego, este sin también, aquel otro azul y no negro también, etc.  Sólo de esa forma lo consiguen; pieza y palabra y pieza y palabra, una tras otra. Protegiéndose en exceso del otro ellos están, como las troyanas, dependientes pero no sometidos. No me gusta que me enseñen, me dijo una niña, quiero aprender yo.

PREGUNTA: Está prevista la publicación de un libro tuyo que llevará por título Palabra quieta. ¿De qué se trata?

Son 48 escenas, sin ninguna pretensión diagnóstica, simplemente situaciones aisladas. La mayoría son de niños autistas, aunque no todos. Mi objetivo, al escribirlo fue transmitir lo que ellos mismos me han enseñado. A la vez que mostrar la conveniencia de escuchar, observar a cualquier niño sin prejuicios, sin tener un pensamiento previo de lo que debe hacer. Eso nos lleva a categorizar a los niños de normales, no normales, listos, tontos, etc. Pero no nos permite ver qué hace. Si un niño repite la acción de hacer rodar un anillo y lo hace una y otra vez, podríamos pensar que esta perdiendo el tiempo, que ese movimiento repetitivo es una estereotipia. Pero fijémonos bien: ¿no es extraordinario el que con un simple empujoncito el anillo ruede y se pare en un momento determinado sin más? Y es que esta descubriendo las leyes del movimiento: la fuerza, la rotación la inercia y la resistencia. Sólo con esa actitud atenta y sin forzar podremos estar a su lado, acompañarlos en su proceso sin quedarnos fijados en lo que en aquel momento y en aquella edad tendría que hacer. Otra cosa es educar en los hábitos que debe hacerse pero teniendo también en cuenta cómo está el niño. Y eso lo pienso no sólo para los niños autistas sino para todos los niños. El libro pretende transmitir esto.