¿Hay realmente un deseo de saber en el niño?

En realidad, nada parece menos claro si escuchamos a muchos docentes de hoy. Freud mismo supuso en un principio que existía un deseo de saber en el niño, una suerte de pulsión primaria de saber, —un Wissentrieb lo llamó—, un empuje que lo animaba desde el principio en su búsqueda y en su experiencia de formación. Aunque todo en su propia práctica le indicaba de hecho que este “deseo de saber” era una suposición infundada, dado que más bien encontraba a cada paso un no querer saber, tanto en el niño como en el adulto, un no querer saber nada de algo sobre lo que, sin embargo, ya debía saber algo. Porque, ¿cómo puedo rehusarme a saber algo si no tengo ya, de algún modo, un saber sobre ello?

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Al respecto, es siempre instructivo el caso, no por ficticio menos ilustrativo, de aquel niño que se negó a seguir yendo a la Escuela con la siguiente frase a modo de axioma: “No quiero ir más a la Escuela porque allí me enseñan cosas que yo no sé”. El caso, ficticio aunque fundado en una experiencia real, está relatado por Marguerite Duras en su novela “La lluvia de verano”. Tiene su origen en el breve relato titulado “Ernesto”, del que surgió además una película, “Les enfants”.

 

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