Equipo terapéutico Hacer Lugar:
Daniela Teggi, Eugenia Serrano,
Ana Cecilia González, Melina Caniggia,
Marita Manzotti
Nuestra tarea en hacer Lugar ha estado marcada por una decisión: los niños tratados debían tener menos de 12 años, no tener ninguna enfermedad neurológica reconocida, no tomar psicofármacos y contar con una familia dispuesta a acompañar al niño en los recorridos que convinieran al caso.
25 años después de esa decisión podríamos reconocer que gracias a ese recorte, los resultados de las investigaciones que llevamos adelante permitieron verificar la eficacia del psicoanálisis.
Una práctica sostenida en la detección de pequeños indicios, de detalles que alojan la invención que cada niño sostiene para arreglárselas con la vida en el cuerpo, con la palabra. Una práctica analítica que recoge en la producción que despliega el niño, su particularidad, su relación singular con el cuerpo, el lenguaje y el otro, para desde allí apostar a un encuentro tolerable que lo confronte con nuevas soluciones. Un encuentro que cobre el valor de acontecimiento de cuerpo, que afecte y conlleve nuevas respuestas posibles.
Lucas llega ésta semana de regreso de sus vacaciones y le pide a su padre que entre para poder conversar con los practicantes que trabajamos con él. Nos invita a que nos sentemos en torno a un escritorio y le pide al padre que nos diga lo que tiene que decir. Su padre diferencia lo que él tiene que contar, que son dos cosas, una que se mudan y la otra es que Lucas quiere decirnos algo.
Ante esta situación, con cierta inquietud corporal y en un tono de voz alto, dice que él empezó a venir a hacer Lugar en 2010 y que ya hace 8 años que está viniendo y que ya tiene 16 años y que no va a venir más. Frente a lo cual tomamos los cuadernos donde se registra el trabajo de las sesiones y le comentamos que la consulta de sus padres se realizó a fines de ese año pero que su trabajo se inició al año siguiente.
La lectura con fecha y hora del motivo por el que los padres consultaron, y la que era su presentación corporal, detuvieron su inquietud y aceptó que continuáramos con la lectura del registro. Mientras tanto iba desmenuzando un pañuelo de papel que le había dado el padre.
La sonrisa iba acompañando algunas lecturas, “movías la cabeza hacia atrás con golpes bruscos”, “gritabas”, “un tiempo después la cabeza la movías hacia los costados y menos bruscamente”. A medida que íbamos avanzando en años, no solo se reconocía sino que iba recordando eventos que afectaron su cuerpo, un raspón en un dedo, una fractura de la madre, el estar pegado a la madre, su inicio en el uso de malas palabras para insultar o amenazar de muerte –que allí pudo articular al hecho de ver videos en You Tube.
Relato que solo es posible si un enlace imaginario lo posibilita, una historización que habilita un pacto: “no quiero que hagan lo mismo que yo, voy a venir 10 sesiones más y luego veremos”.
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