sinmi[1]

En los inicios de los años 90 un libro conmocionó Alemania, país de origen de su autor. Su impacto se hizo sentir en otras lenguas europeas a medida en que fue traducido. Un joven autista de dieciocho años, Birger Sellin, daba a conocer al mundo una experiencia subjetiva que debería haberse convertido en guía ineludible para los deseosos de abrir una vía de comunicación con los llamados autistas severos o mudos así como los interesados en ofrecerles una residencia a sus cuerpos respetuosa de su fragilidad.

Sumido en el silencio en torno  a los dos años, el mutismo de Birger se rompía en ocasiones con estridentes gritos, signos de su desesperada inquietud, de su miedo, de su rebeldía, hasta que la escritura le ha suministrado el ansiado poder de expresión patente en su himno sobre el gozo de hablar donde conmina a sus semejantes: Descongelad los helados muros y luchad contra la marginación[2]. Los lectores de Lacan encontrarán el eco fecundo de su decir único cuando, en la ocasión en que se pronuncia acerca de este tema, define como congelado el estado de la palabra en el autismo.[3]

Nadie sabía que Birger sabía leer desde los cinco años. Más aún,  que su vínculo con la lengua pudiera llegar a ser tan creativo; al punto de haber sido comparado con Joyce, por su escritura sin puntuación en la que nombra su estado como un sinmi, un dentrodemi, originado por el abismohacedordeinquietud.

¡Cuántos autistas y sus padres han transitado un camino parecido al suyo! Tras pruebas de todo tipo, llegó por fin el diagnóstico y su inclusión en un centro especializado, donde recibió estimulación temprana. Allí, aprendió Birger a comer y a vestirse solo, a lavarse los dientes y a ir al baño. Por lo demás, solía atrincherarse entre libros y, más tarde, su ocupación preferida era pasar horas dejando caer de sus manos canicas o arena. A sus diez años recibió con alegría el nacimiento de su hermano.

No obstante, en la pubertad padeció una inquietud creciente, con serios ataques en los que gritaba y atentaba contra sí mismo. Declarado incurable, su situación fue empeorando hasta el descubrimiento de la comunicación facilitada.

Una puerta se abrió y de ella brotó un manantial de palabras escritas en las que Birger consiguió traducir la pugna que se libra en el interior del sujeto autista.

En los talleres de terapia ocupacional, en los centros de día, en las residencias para minusválidos o enfermos mentales asisten muchas personas como Birger, que rompen su silencio con alaridos o crisis de agitación rebelándose por momentos a las pautas aprendidas con forcejeos. Muchos de ellos están medicados con neurolépticos y son considerados, como él, débiles profundos.

Su vida transcurre entre el taller o el aula adaptada y la reclusión en el hogar al cuidado constante de algún familiar, primero la madre, luego un hermano o hermana, que dedican su vida a su custodia. Algunos, menos frágiles, consiguen ser incluidos en programas de estudio y de inserción laboral habiéndose llegado a ensalzar la rentabilidad de dar apoyos a estos excelentes trabajadores. Ya se publicita en los medios la valoración positiva de los asperger debido a su memoria, alta capacidad de concentración, honestidad, pasión por los detalles y baja tolerancia al error.

Teniendo en cuenta el altísimo porcentaje de desempleo que les amenaza, un joven con TEA manifestaba su agradecimiento a las psicólogas que le habían proporcionado un trabajo. La única pega -se atrevió a decir, es que debe pasar horas encerrado en un MacDonald’s, cuando a él le gusta la naturaleza, en concreto, los pájaros.

Algunos, como Zoe, de diecisiete años, llegan luego de un largo periplo a Nonette,[4] en un calamitoso estado, atrozmente atemorizada y en un constante alarido. Allí encontrará sosiego a su desesperada inquietud, en ese hogar para la subjetividad donde sus gritos devendrán una escritura.

Según el Director de Le Courtil, Dominique Holvoet[5], es fundamental en el tratamiento dispensado a las personas con TEA mantenerse a distancia del infantilismo que puede resultar de ocuparse de ellos sólo como seres de cuidado desdeñando reconocerles sujetos de la palabra, responsables por lo tanto de la elección que orienta su existencia y que puede quedar silenciada para siempre a falta del encuentro con un partenaire que consiga revelarla y colabore en su sostén. Y ello a sabiendas de la fuerte lucha que puede llegar a librarse en el interior del sujeto y que requiere su consideración clínica, a resguardo por tanto del furor sanandi que orienta la acción freudiana.

En la magnífica exposición Solo con los otros, el fotógrafo Michel Loriaux ha logrado plasmar la realidad de muchos jóvenes con problemas graves de comportamiento, entre ellos autistas, que comparten la vida institucional de La porte ouverte[6] en una serena convivencia.

Estas experiencias orientadas por el psicoanálisis demuestran la atinada opinión de Birger Sellin, quien considera una insensatez la instituciones especializadas para autistas, obligándoles a permanecer alejados por estar fuera de lo común, de acuerdo con preceptos de los falsopensadores que organizan la segregación y frente a los cuales debemos unir nuestras fuerzas en un justo reclamo de moradas donde pueda manifestarse la dimensión creadora de una palabra singular, la que se hace presente incluso en el silencio.[7]

 

 

[1] Uno de los nombres que B. Sellin otorga al ser autista.

[2] Sellin, Birger, Quiero dejar de ser un dentrodemi, Galaxia Gutemberg, 2011, Barcelona, pág. 23.

[3] Lacan, J., “Conferencia de Ginebra sobre el síntoma”. En Intervenciones y textos, vol. 2, Ed. Manantial.

[4] Francois Baudin (madre de Zóe). https://lamainaloreille.wordpress.com.

[5] Dominique Holvoet, Célie Aulit y Guy Poblome. Intervención en el Seminario de Zaragoza dedicado al trabajo con niños y jóvenes con TEA.

[6] https://www.mloriaux.be/

http://www.la-porte-ouverte.eu/

[7] Como lo ha ilustrado Jean-Robert Rabanel con el caso Patricia los gritos estridentes pudieron cesar a partir de un intercambio de sonidos y gestos silenciosos. En La práctica lacaniana en instituciones II, Ed. Grama, 2017, pág. 64.