Si uno no tiene esta experiencia, es imposible imaginar que puede sucederle, a un sujeto psicótico, en la escuela. Una situación perfectamente ordinaria para el común de los niños, a él puede resultarle insoportable. Para ilustrarlo, he tomado los siguientes pasajes de una novela de Virginia Woolf titulada Las Olas:
Ahora, dijo Rhoda, Miss Hudson ha cerrado el libro. Ahora comienza la pesadilla. Cogiendo un trozo de tiza ella se pone a trazar cifras: seis, siete, ocho y después, una cruz y una línea sobre el pizarrón. ¿Cuál es la solución? Los demás miran, miran y comprenden. Luis escribe; Susana escribe (…) incluso Bernardo se pone a escribir. Pero yo no puedo; yo no veo sino cifras desprovistas de sentido. Los demás van entregando a Miss Hudson su solución, uno tras otro. Ahora me toca mi turno. Pero yo no tengo solución. (…) Me dejan sola para que busque una solución. Las cifras ya no poseen significado. El significado se ha ido. El reloj hace tic tac. (…) La puerta de la cocina golpea. Un perro errante ladra a lo lejos. ¡Mirad: el ojal de esta cifra comienza a llenarse de tiempo! Él contiene el mundo. Me pongo a trazar una cifra que enlaza el mundo, pero yo quedo fuera de él. Acercando los dos extremos del ojal, los uno y completo la cifra. El mundo está completo y yo he quedado fuera de él. ¡Oh, salvadme! ¡No me dejéis caer para siempre fuera del ojal del Tiempo!…
Lo que vive Rhoda frente a un ejercicio de matemáticas es poco menos que una crisis existencial. Para ella las cifras no tienen ningún significado, ni siquiera el hecho que sea un ejercicio que tenga que hacerse para satisfacer la demanda de la profesora. Lo único que ella constata es que los otros si saben lo que tienen que hacer pero ella no. Así, queda expulsada de su grupo de compañeros. Pero, en realidad, la exclusión con la que ella se enfrenta es la de lo simbólico: No encuentra la entrada en el sistema de los símbolos que comparten los demás. Y ¿qué ven sus compañeros y Miss Hudson? ¿Una tonta que no sabe calcular? ¿Una alumna perezosa? Lo que es cierto es que no ven ni el malestar de la niña ni su modo singular de estar en el mundo. Me pregunto entonces: ¿que experiencias subjetivas podemos encontrar detrás de las aparentes dificultades escolares si les prestamos un poco más atención?
Pues, de ese modo, Miss Hudson habría visto que, para Rhoda, todo lo que los otros dan por hecho, se vuelve problemático. Incluso lo es algo tan elemental como la experiencia del tiempo: La coninuidad del tiempo, esa tela simbólica de la vida que nos da la coordenada y el anclaje, a ella no la sostiene:
Si yo pudiera creer, dijo Rhoda, que envejeceré en medio de persecuciones y cambios sin fin, me sentiría liberada de mi temor: nada persiste. El momento presente no conduce al momento que seguirá. La puerta se abre y el tigre salta. Vosotros no me habéis visto entrar. He dado mil rodeos por entre las sillas para evitar el horror de una brusca sacudida. Tengo miedo de todos vosotros. Tengo miedo del choque de las sensaciones que saltan sobre mi porque no puedo recibirlas como lo hacéis vosotros, no puedo fundir el momento presente con el que vendrá para mi, cada momento es algo violento, algo aislado, y si sucumbo bajo el choque del salto de este momento, vosotros os arrojaréis sobre mí para despedazarme.
Aquí también es interesante su percepción del otro. Por un lado, es un otro malvado que la persigue y ante la demanda del cual ella se colapsa. Y por el otro, es un otro-doble, una imágen en espejo que le da consistencia y cuerpo a ella misma, porque su relación con su cuerpo y su personalidad es tan problemática como lo es con el espacio simbólico:
Mi existencia carece de propósito. Yo no sé enrielar un minuto a continuación de otro, una hora tras otra, disolviéndolas mediante alguna fuerza natural hasta que ellas forman esta masa indivisible que vosotros llamáis vida. Porque vosotros tenéis un propósito, una finalidad (…) Soy arrojada como un remolino al fondo de las cavernas, me golpeo como un trozo de papel contra corredores interminables y debo apoyar mis manos contra el muro para poder sujetarme y volver hacia atrás. Pero, como por sobre todas las cosas deseo encuadrarme dentro del marco del mundo, finjo tener yo también una finalidad cuando me arrastro por las escaleras detrás de Jinny y de Susana. Me coloco mis medias como las veo hacer a ellas, y aguardo a que habléis vosotros primero para imitaros. He atravesado Londres para venir aquí, a este lugar determinado, no para verte a ti, ni a ti, ni a ti, sino para encender mi fuego en la llamarada común de todos vosotros, de vosotros que vivís una vida íntegra, indivisible y sin angustias…
El psicoanálisis lacaniano sugiere que si pretendemos ayudar a los sujetos como Rhoda a estar en el mundo con los otros, se trata de no encarnar ese otro amenazador, el otro que demanda y ordena, sino más bien entender a qué imposible se enfrenta el sujeto y cuál es la invención que él ha encontrado para arreglárselas con ello. La escuela es un buen lugar para buscar soluciones, soluciones que sigan al sujeto y den lugar a su particularidad.