«Soy prisionero de mi cuerpo y, si hablo, seré vuestro prisionero. A perpetuidad. Prefiero observaros sin que se note. Os espío. Si los ojos son las ventanas del alma, como me han dicho mis padres, podría ver la vuestra, pero eso me obligaría a desvelar parte de la mía. No veréis mi alma. Veis mi cuerpo y eso ya es demasiado. Mi cuerpo será sólo una losa sepulcral, un muro, no os daré nada. No me gusta vuestro mundo. No puedo hacer nada, decidir nada; si camino, estoy obligado a seguiros, a seguir esas consignas sin fundamentos, a meterme en las filas, por parejas, y además es preciso darse la mano. Obligado a abandonar mis pensamientos, mis imágenes, mis sueños. Me niego a cambiar mis sueños por vuestras sonrisas, vuestras buenas apreciaciones. No quiero ser mejor que vosotros en cualquier cosa. Me importáis un comino, vosotros, el parvulario, la excursión y vuestros concursos de feria. No seré vuestro amigo y menos aún vuestro criado.»
Se trata de un testimonio escrito treinta años después. Hugo Horiot, hijo de la escritora Françoise Lefebvre, fue diagnosticado de síndrome de Asperger y actualmente es actor, director de teatro y escritor. Dicho testimonio vehicula la cifra sorprendente de toda una actividad de pensamiento silenciado tras la pesada tapia del aislamiento. En el fragmento se anticipa toda una elaboración al respecto de las lógicas de aprisionamiento, dominación, esclavitud, desarrollándose posteriormente una fantasía de contenido militar, en la que el pequeño sujeto explica una estrategia para llegar a controlar a sus compañeros de parvulario, en caso tal de que le obliguen a «normalizarse», y tener que ir a jugar en el patio con sus «amiguitos». El pequeño sujeto, después de tal desarrollo, interpela al Otro de la educación, que en el parvulario parece que se resume en un ideal de que todo niño debe jugar con los otros:
«Entonces… ¿Realmente queréis que vaya a jugar con mis compañeros? ¿O preferís que siga siendo el más bueno de la escuela, con mi 10 en conducta? Sus juegos no me dejan otra alternativa que convertirme en un dictador. ¿Será también así después de la escuela? No sabéis con quién estáis tratando, porque no os enseño mis ojos. Pero os aviso: si alguna vez juego, lo haré con mis reglas. Atacar a un pequeño solo en un rincón, sin razón alguna, no me interesa.
Detesto a los niños, y también a sus juegos violentos y carentes de sentido. Sin el menor interés. Nulos. Por lo demás, me detesto a mí mismo.
Los otros se mueven continuamente, sólo piensan en gritar y nada quieren saber de la Tierra y el cosmos. Peor para ellos. Y, sin embargo, al parecer soy yo el que tiene un problema.
Mi problema sois vosotros.»
¿No es acaso la tensión entre la imposición de una forma ideal de estar en el mundo -que vehiculiza cada institución-, y el mundo sorprendente, y radicalmente diferente en cada sujeto, algo con respecto a lo cual conviene estar atentos cuando se trata de educar?
De las páginas: 45-49. El emperador, soy yo. Una infancia en el autismo. Hugo Horiot. Ed. Kairós, 2014.