La maestra comenta en la reunión que Iker tiene serias dificultades para sentarse en su silla y hacer las actividades como el resto de niños. Le gusta dibujar, escribir y no presenta mayores problemas en la adquisición de los aprendizajes. Pero explica a la psicopedagoga del EAP (Equipo de asesoramiento psicopedagógico) y al psicoanalista que lleva a Iker que cuando propone una actividad al grupo, Iker no se siente concernido y empieza a deambular por la clase. Tampoco él puede dar alguna explicación al porqué lo hace. No me parece que entienda que no debe hacer eso, dice la maestra. Y añade: Da la impresión de no saber quién es él, en esos momentos.

En efecto, a pesar de hablar, Iker no cuenta con una imagen de sí mismo que le permita considerarse como formando parte de la clase y detenerse para hacer la actividad que la maestra ha propuesto a todos, incluido él. Surgieron en la reunión dos propuestas para tratar en el aula esta cuestión: Dirigirse, la maestra, al grupo añadiendo una simple mención a Iker, por medio de su nombre: Ahora vais a dibujar a vuestra familia. Iker también la dibujará y quien vaya terminando se levanta y me la entrega. Y, lo que pareció tener resultados inmediatos, sentar a Iker en la parte de la mesa que tenía un espejo de frente.

El tiempo y el modo como un niño se construye una idea de sí mismo no es evidente en las psicosis y los autismos. Pero mientras eso se produce, algo hay que encontrar para no hacer de ese impasse un impedimento para estar entre otros.

Hoy Iker ya no necesita un espejo en el que verse cada vez para asegurarse de que existe para los demás. Esta parecía la fuente de su angustia que lo llevaba a moverse sin sentido. De hecho, la maestra informó al resto de profesionales que trabajan con él que Iker es actualmente el encargado de pasar lista al inicio de la mañana y verificar quién está y quién no.