Khan escribe en su cuaderno a la vez que se escucha su relato, como un pensamiento en voz alta: 

“En el libro, Una mente diferente, dice que las personas como yo no sabemos expresar nuestras emociones con palabras, pero podemos escribirlas. Podría llenar miles de páginas con la frase te amo Mandira, pero nunca fui capaz de pronunciarla. Quizá por eso te enfadaste conmigo. Te di mi palabra de que me encontraría con el presidente y sigo intentándolo…

…En el desguace, ahí fue donde aprendí a arreglar las cosas rotas. Pero cuando mi padre enfermó, no fui capaz de arreglarlo.” (Esto último es dicho en sentido literal…)

En el desguace de autobuses de Bombay, le dice un hombre: “¡Vete a casa a matar el tiempo!”. Confuso se tapa los oídos ante la exigencia del Otro, ante los ruidos estridentes y el color amarillo.

Al parecer, la relación con la palabra y con los otros se muestra como una incomprensión absoluta entre el autista y los demás, parecen repelerse mutuamente.

A la frase: “Cómo matar el tiempo”, incomprensible para Khan al ser tomada en su sentido más real, su madre no brinda una interpretación. Más bien, le ofrece un acto como solución. Haciendo el gesto de matar moscas en el aire con las dos manos, alivia la angustia del niño ante la incomprensión de aquellas palabras, detrás de las cuales se esconde alguna demanda del Otro.

“Ningún médico supo explicarle por qué yo era como era, pero ella no tuvo la necesidad de saber; encontró la forma de llegar a conocerme, igual que tú, Mandira.” Conocerlo, sin pedirle que sea de algún modo, sin demandar que cumpla algún deseo que no es capaz de comprender…

En el contexto de las revueltas entre hindúes y musulmanes en 1983. Khan repite palabras escuchadas de una voz sin rostro: “Son unos malnacidos, habría que fusilarlos a todos, sin piedad, sin piedad”. Repite, sin enunciar.

Su madre, ofrece otra solución: (Dibuja) “Este eres tú y esta persona tiene un palo en la mano, y te está pegando.”

Risvan Khan: “Pegar es malo.”

Madre: “Este eres tú otra vez, Risvan, y esta persona tiene un caramelo, y te lo da.”

Risvan: “El caramelo es rico, eso es bueno.”

Madre: “Dime cuál de los dos es Hindú y cuál Musulmán.

Risvan: “Los dos son iguales.” (Mirando el dibujo)

Madre: “Exacto. Recuerda bien hijo: en este mundo sólo hay dos clases de personas: gente buena, que hace el bien, y gente mala, que hace el mal. No hay otra diferencia entre las personas. ¿Entiendes? ¿Qué has entendido?”

Risvan: “Gente buena y gente mala, no hay otra diferencia.”

“La lección que aprendí de mi madre no se enseñaba en ninguna escuela, al menos en la mía no se enseñaba.” (Se muestra a Khan cayendo al suelo, al ser empujado por un grupo de niños en la escuela). Luego de este hecho su madre, quien podía reconocer las habilidades del niño de unos 12 años para memorizar y arreglar cosas, lo envía como aprendiz de un “maestro sin trabajo”.

Tal vez, esta madre funciona para Khan como el Dr. Marek para Donna Williams: no califica lo que dice como sinsentido sino que, por el contrario, lo calma porque ocupa el lugar adecuado: el de un Otro atento, regulado, limitado y advertido…, que se apoya en sus demandas, lo escucha y se adapta a su ritmo.[1]

Luego de la muerte de su madre, Khan viaja a San Francisco para reencontrarse con su hermano.

“Antes de morir Ami (su madre) me hizo prometer que debía encontrar la felicidad al igual que Sakir, que viajaría a los EEUU”.

El amor de su madre le permite moverse por el mundo, tal como lo hace más tarde el amor de Mandira.

Por otro lado,“ser bueno” y “ser malo” son conceptos tomados en sentido imaginario, en el sentido de “hacer cosas buenas” y “hacer cosas malas”. Son palabras fuertemente asociadas a una imagen, y que permanecen enganchadas a esa imagen reconocible para este sujeto.

“Mi cuñada Jazira era de Brooklyn, Nueva York, era profesora de Psicología, así que Jazira fue la primera en descubrir qué me ocurría. Observó mi fobia a conocer nueva gente, nuevos sitios, al color amarillo, los sonidos estridentes, y definió el motivo de toda una vida siendo distinto en tres extrañas palabras: Síndrome de Aperger.”

Por su parte, este nuevo nombre no parece haber tenido otro uso, para este sujeto, que el de un pasaporte que le permitiera moverse más libremente por el mundo. Poniéndole otro límite a la demanda del Otro.

Su cuñada le proporciona una cámara de vídeo, para ver el mundo a través de ella: “Si miras por aquí será como si estuvieses viendo la tele y no te asustarás cuando estés en un sitio nuevo o una calle…”

Khan se presenta ante Mandira:“Mi nombre es Risvan Khan, puede que les parezca que soy un poco raro pero es porque padezco el Síndrome de Asperger. Que tenga el Síndrome de Asperger no significa que esté loco o… no, no, no, soy muy inteligente, muy listo, pero hay algunas cosas que no acabo de entender… No entiendo por qué la gente dice una cosa y piensa otra. Mi madre decía que sólo hay dos tipos de personas en el mundo, gente buena que hace el bien o gente mala, que hace el mal. Yo soy bueno, hago cosas buenas.”

Surge la pregunta, sobre cómo incluir a un sujeto autista en algún tipo de relación, de lazo social, y en la educación…

¿Cuánto deberían adaptarse los demás para incluir al sujeto autista en algún tipo de relación, y qué uso convendría hacer de las palabras? ¿Cómo regular la presencia de los otros para que el encuentro no sea intrusivo y aniquilador para el autista? Evitando representar todo aquello que le provoca angustia y de lo cual se defiende…

No sólo habla el autista, sino que también piensa… No hay vacío detrás de su silencio y de su sinsentido.

En este caso se podría decir que el “ser bueno y hacer cosas buenas” le sirvió para ponerse en relación con otros. Una bondad imitada, a la vez que reconocida por los demás.

Yo soy buen, hago cosas buenas”: “Mi nombre es Khan y no soy un terrorista.”

[1]    Maleval, Jean-Claude. El autista y su voz. Ed. Gredos Madrid, 2011. Pág. 237.