Viñetas - evidencia cientifica

Secuencia prevista para el día del Foro. 

Sabemos poco sobre el autismo y la ciencia seria avanza sin haber dicho todavía, sobre su causa, la última palabra. Las investigaciones científicas sobre la etiología del autismo reciben subvenciones millonarias, públicas y privadas, para encontrar la causa de lo que, por otro lado, parece haberse convertido en una epidemia.

Si bien la base clínica de este aumento diagnóstico es dudosa, los beneficios financieros, que se reparten entre las farmacéuticas implicadas y algunos lobbies profesionales vinculados a estados intervencionistas, son innegables.

Sin embargo, parece estar produciéndose una evolución divergente entre los resultados de los programas de investigación y el consenso de la psiquiatría para establecer los límites del llamado espectro. La investigación intenta aislar los mecanismos genéticos más precisos, que permiten determinar una base genética específica para el autismo, a la vez que, por su parte, el diagnóstico que presenta la última versión del DMS-5 no establece una constante entre la gran variedad y variabilidad de los síntomas que incorpora para el TEA. La distancia entre ciencia y diagnóstico es, así, cada vez mayor y la desorientación profesional se generaliza.

Las investigaciones genéticas actuales topan con un imposible: Encontrar una relación causal simple entre las bases genéticas y los fenómenos clínicos. La genetista Ariane Giaccobino y el psicoanalista y médico François Ansermet lo sostienen de este modo: Los datos actuales conducen a una fragmentación del campo del autismo, con múltiples relaciones de causa-efecto que se difractan al infinito, no tocándose más que en partes heterogéneas del cuadro. No pueden actualmente definirse para el autismo bases genéticas aplicables para todos[1]. Nos encontramos ante un: para cada autista, su genoma, del mismo modo que para cada ser humano.

En este contexto incierto, algunos investigadores se muestran prudentes a la hora de valorar los resultados obtenidos así como otros no dudan en ofrecer tratamientos punteros elaborados a partir de una dudosa causa para el autismo: agentes bioquímicos (alteraciones en los niveles de serotonina y triptófano), metales pesados en la sangre, descompensaciones endocrinas, efecto de vacunas o exposición a diversas sustancias durante el embarazo, entre otras. La proliferación de propuestas de tratamiento conduce en ocasiones a los padres a aceptar algunas técnicas como últimas opciones: regímenes estrictos, técnicas de radioterapia, estereotaxia selectiva, electroshocks, etc.

Pero es el campo de la medicación en el que la experimentación, sin bases científicas contrastadas, se produce con sujetos autistas, más si cabe en aquellos que se muestran resistentes a la rectificación de conducta. La inexistencia de una medicación precisa para el autismo hace que la psiquiatría actual se mueva en estrategias medicamentosas diversificadas: opiáceos (clorpromazina, haloperidol), carbonato de litio, antidepresivos (clomipramina), la pastilla de la obediencia (metilfenidato), tratamientos hormonales, vitaminas, calcio… y los neurolépticos, objeto de debates encendidos entre profesionales del campo de la salud mental. El recurso a la medicación en el autismo es indispensable para algunos sujetos que se ven desbordados por su propio cuerpo, pero debe tomar en cuenta múltiples factores. Los efectos adversos de alguna de estas medicaciones e incluso el colapso orgánico producido por cócteles de medicación en sujetos cada vez más jóvenes hacen necesaria la pregunta “¿Qué se está medicando cuando se medica?”, pues ni la insumisión de un sujeto autista ni la ineficacia de los que lo acompañan disponen de medicación posible.

[1] Giaccobino, A. & Ansermet, F., Autisme. À chacun son génome, Navarin / Le Champ freudien, Paris, 2012. Pág. 65-66.