Yves Vanderveken es Responsable Terapéutico en Le Courtil (Bélgica), y esta presentación se corresponde a un trabajo realizado en el marco del CERA, en París, el 20 de enero de 2018. 

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Adrien tiene 21 años. Presenta ciertos rasgos que podríamos asociar al llamado síndrome de autismo de alto funcionamiento.

Adrien pone en duda la idea de que la talking cure inventada por Freud no convendría a los sujetos con autismo. Aún es preciso, sin embargo,  situar por dónde ella opera.

Lo atiendo en consulta semanalmente  desde hace 3 años, en el seno de la institución que lo acoge hoy en día desde hace más de 13 años. Nunca falta a ninguna cita. Llega solo, a veces con mucha antelación, signo de la función eminente, para él, de estos encuentros. Adrien viene para hablarme. Tenemos conversaciones – conversaciones particulares.

En ocasiones desea hablarme de un tema. Se entrega entonces a un ejercicio parecido a las listas que tanto le han gustado siempre hacer, clasificando y declinando las diferentes características de un tema dado. Las capitales, por ejemplo, o también en relación a la meteorología. Me pide entrar en la interlocución de la actividad. Lo hacemos a menudo con buen humor. Organiza así cada vez un campo circunscrito, fin del mundo, como para delimitarlo en sus elementos discretos.

Pero no es eso lo esencial. Dos temas son recurrentes.

Con frecuencia, necesita recordar las circunstancias de su llegada a la institución. La historia suele ser la misma. Describe con precisión la dificultad de la entrada en un mundo que, como él mismo dice, «no conocía». Esto se acentuó debido a «su timidez» y a aquello que él odia por encima de todo, «los cambios».  Recuerda entonces con todo detalle la escena de sus primeros momentos. Quiere darme testimonio, acordarse de ello. Y me interroga acerca de lo que tuvo lugar, del funcionamiento de la entrada en la institución, etc. Como si quisiera restituirlo pero también a la vez preguntándose incesantemente sobre el enigma que aquello sigue constituyendo para él hoy en día. Vuelve siempre a evocar el sufrimiento, igualmente enigmático, de ese momento en el que estaba llorando, aferrado tanto a la puerta como descolgado de sus puntos de referencia.  Actualmente esta cuestión no le es tampoco ajena en cuanto se perfila su salida de la institución. Tal y como él dice, «esto le asusta», no le gusta. A partir de este punto cuestiona y pone a trabajar el salto en el porvenir que esto implica, el trabajo duro y la angustia que constituye desde siempre para él toda salida de la rutina ritualizada.

Pero también es su propia historia subjetiva, la «presentación de su vida»  de sus últimos 13 años que él desarrolla en su conversación –como si hubiera  nacido levemente como sujeto. De esta manera evoca, preguntándome en muchas ocasiones, sobre los detalles o las personas que estaban ahí a lo largo del tiempo, las que llegaron, las que partieron, o cuándo o cómo lo hicieron.  Sostiene de alguna manera los anales de la institución. Aquello que ha cambiado y aquello que ha permanecido igual.  Y, sobre todo, porqué.

El «porqué» de las cosas es para Adrien esencial a la vez que sin fondo. Los «porqués» son legión y perfilan la dimensión de enigma de borde del mundo subjetivo en el cual él «es», si bien no lo habita. Es como si nada en la significación no hubiera logrado fijarse. De ahí su placer por hacer listas y fijar las cosas. Ante estos «porqués» infinitos, él espera que yo responda. A veces, es él mismo quien les responde. Como si se tratara, cada vez, de redefinir un bucle de significación. Es un ejercicio. Tanto para él como para mí. Y después, llega un momento en que «está bien». Hasta la próxima.

Nada que reeducar ahí dentro. Ningún acceso a ninguna pedagogía. Es un ejercicio. El suyo. Infinito. Del cual me hace, a lo largo de nuestro recorrido en común, uno de sus partenaires necesarios.

Sí, necesario, puesto que Adrien contradice en este punto también el hecho de  que la persona que presenta un autismo no tendría ninguna necesidad de un partenaire o de una interlocución mediante la palabra. Para Adrien esta interlocución es esencial. Ella responde a una necesidad que, de serle completamente singular, apunta también a la estructura. Justamente es de esto de lo que se trata –no tanto para el sujeto, sino con y mediante él- de aislar. Y todo ello para ocupar el lugar de un partenaire precavido que pueda prestarse a ello y sellar el impacto de la angustia.

Este mundo del enigma que atraviesa hasta sus afectos y el trabajo incesante que él convoca, dejan a Adrien poca tranquilidad. Está atormentado por el desfile del significante, de las palabras, del lenguaje en cuanto a tal –tanto en el nivel del pensamiento como del cuerpo. A veces llega a decir, sufriendo: «Hoy esto no va. Mi cerebro se calienta demasiado. Pienso demasiado. Es por esto que no voy a poder llegar a hablar». Es necesario entonces saber pararse, los dos juntos, un poco; pero esencialmente, no. Más bien se trata de que esto se extraiga un poco del mero nivel del pensamiento, trampa de un fenómeno casi generalizado de automatismo mental. Cuando se pone entonces de todas maneras a poder hablar al respecto, el significante desfila. Esto puede llegar hasta el punto de que deje de poder ubicarse «quién habla» y desde dónde eso habla. Él mismo me pide a veces porqué llego yo a decirle aquello que él mimo acaba de enunciar.

Ahí se revela entonces toda la función de la interlocución de la talking cure –en este punto en cuanto a las coordenadas completamente singulares de Adrien. A saber, que en el intercambio de la interlocución –mediante la banalidad de la conversación- encontrando nuevamente la manera de ubicar un poco los puntos desde dónde se enuncian los enunciados que lo atraviesan. Permitiendo así que se fijen un poco una atribución a estos últimos. Puede entonces regresar, durante un tiempo, aliviado. Declarando, por ejemplo: «Mi cerebro no está tan caliente ». Y concluir: «Me gusta mucho hablar contigo, es importante».

Traducción: Eduard Fernández