Mateo nació cuando quiso. Allí estábamos esperando a mediados de agosto por si se adelantaba. La familia venía escalonadamente con la esperanza de ser afortunada y estar presente el día de su nacimiento, pero según venían se iban, porque Mateo ya entonces había decidido que seríamos nosotros los que tendríamos que adaptarnos a él.

A los 3 años su extraño comportamiento fue diagnosticado como TEA. Intuía que el autismo en Mateo no era más que una capa de barniz y que detrás había mucho más; algo grande que no era para entristecerse. Sé que esto saldrá algún día, pero será como en su nacimiento, cuando él quiera.

A partir de entonces vimos que Mateo no era un problema si no un niño con una hermosa estrella.

La madrina de Mateo, terapeuta experimentada, fue la primera persona en advertirnos que algo había que mirar en él. Posteriormente, nos orientó en la búsqueda del terapeuta más adecuado.

Mientras en el colegio se preguntaban por qué no estaba el niño ya bajo la pauta de un profesional, nosotros seguíamos nuestra búsqueda. No queríamos precipitarnos. Nos recomendaron varios terapeutas, alguno de los cuales visitamos, pero no parecía que fuese lo que estábamos buscando. Hasta dar con la terapia que nos convenció tuvimos que dar unos cuantos rodeos. Nos pusieron en contacto con profesionales de Cataluña y desde allí con la terapeuta en A Coruña. Es decir, todo muy Mateo.

Nos cambiamos de casa, cuestión que ya estaba programada antes de saber de su trastorno, y al escolarizarlo dimos con un colegio público del que nunca habíamos oído hablar. Resultó ser el mejor colegio en el que Mateo podría estar: profesoras de apoyo, cuidadoras, un profesorado comprometido con Mateo y un alumnado pendiente de él.

Mateo une a la gente a su alrededor, es una de sus virtudes. Veo a las profesoras cómo hablan de él, con entusiasmo, con cariño, con luz en sus miradas. Creen en él. Veo cómo le saludan los profesores y los alumnos.

Parece que a Mateo se le abre el mundo a su paso. Los medios y los recursos aparecen encadenadamente. Estoy convencido de que él es consciente de su autismo, de nuestros esfuerzos para ayudarle a salir, y de su deseo de que así sea. Vemos el futuro muy esperanzados convencidos de que juntos estamos saliendo. Mateo se convierte en una oportunidad para los que le conocen. Genera entusiasmo en profesores, afectividad en los compañeros y amor en la familia. Es nuestro maestro. Nos hace evolucionar, adaptarnos y esforzarnos. Es precioso de ver, precioso de oír y precioso de abrazar. Y cuando le veo hacer cosas que hacen otros niños, le hablo de la misma manera divertida que el en ocasiones hace, usando frases de sus películas favoritas. Y como si fuese Pinocho le digo: ¡eres un niño de verdad!

No puedo desearle a nadie que tenga un hijo con autismo, pero si que tengan un maravilloso Mateo como el nuestro.